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Artículo

Pandemia en la universidad

Efectos a largo plazo de la COVID-19 en el colectivo universitario
Jaione Santiago Garin.

Jaione Santiago Garin

Enfermera especialista en salud mental y profesora
Escuela de Enfermería de la Universidad del País Vasco
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El 11 de marzo del 2021 se cumplió un año desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó oficialmente que el contagio por el virus Sars-Cov-2 se había convertido en una pandemia mundial.

En este tiempo, uno de los colectivos más afectados por las consecuencias de la pandemia es el de los estudiantes. Desde la educación primaria hasta la educación superior, este grupo ha estado desde el inicio en el punto de mira como posible transmisor pasivo de la infección.

Esto llevó, incluso antes del confinamiento estricto, al cierre repentino de las aulas en marzo del 2020. Por aquel entonces, se desconocía la dilatación en el tiempo que la COVID-19 podría suponer y, en la búsqueda de soluciones que frenaran el contagio masivo, el cierre de todos los ámbitos docentes parecía una medida adecuada y proporcionada al impacto inicial que supuso la aparición de la COVID-19.

Afortunadamente, el gobierno abogó por fomentar la presencialidad de la docencia, aun cuando fuese de manera parcial y el curso 2020-2021 pudo comenzar, no sin pocos cambios: nuevas normas, grupos burbuja, flechas señalando los circuitos de entrada y salida de los espacios físicos y la firme convicción de que, más pronto que tarde, volverían a cerrarse las aulas.

Sin embargo se ha podido comprobar que, cumpliendo todas las medidas impuestas, el colectivo estudiantil no es el principal vector de transmisión de la enfermedad, lo que ha permitido mantener, por el momento, la presencialidad de las clases.

¿Cuál es el sentir general de los universitarios en esta pandemia?

Todos estos cambios, estas idas y venidas, y la multitud de nuevas y cambiantes normas genera un estrés añadido a la, ya de por sí, estresante vida universitaria. Según diversos autores, el estrés no es algo nuevo para el colectivo universitario.

Los principales factores causantes de estrés en estudiantes universitarios son: el factor académico y el factor personal.

Entre las razones académicas se encuentran la elevada demanda de enseñanza debido a los trabajos académicos y exámenes, la competitividad entre iguales, o las calificaciones, entre otros.

En cuanto a las causas personales, destacan la adaptación a una nueva etapa en la que cambia el grupo de amistades, o el entorno físico, así como la necesidad de satisfacer las expectativas depositadas en ellos y ellas, la separación física de los progenitores o la asunción de nuevas responsabilidades relacionadas con la emancipación (Sequeria et al., 2014) (Ticona et al., 2014) (Almeida et al., 2018).

A esta exigencia de adaptabilidad que sufre el alumnado, el curso 2020-2021 añade la incertidumbre sobre la modalidad de las clases, siempre en riesgo de cambiar de modo presencial a virtual en función de las características epidemiológicas de cada momento, o de la situación personal de salud de cada estudiante, entre otros. Incertidumbre que se convierte en tensión extra en aquellas carreras universitarias cuyo currículo está constituido por un porcentaje elevado de créditos prácticos, como ocurre en el grado de Enfermería, dada la posibilidad de no poder cursarlos oportunamente.

¿Cómo afectan estos cambios a la salud mental del alumnado?

Todas estas variables influyen definitivamente en los niveles de salud mental positiva del alumnado. Según la Dra. Maria Teresa Lluch, la salud mental positiva es «un estado dinámico y fluctuante en el que la persona intenta sentir y estar lo mejor posible dentro de las circunstancias en las que se encuentre». Para poder cultivarla, es necesario tener en cuenta una serie de factores entre las que se encuentran la capacidad para afrontar situaciones estresantes o conflictivas, para resolver problemas, y la habilidad para comunicarse y establecer relaciones satisfactorias con su entorno.

Salud mental positiva

Consejos para cuidar más nuestra salud mental positiva

Pero las circunstancias actuales dificultan enormemente la puesta en marcha de los recursos psicológicos individuales que el colectivo universitario utiliza para recargar sus «depósitos» de salud mental positiva.

Podemos decir que existe una doble amenaza para la salud mental positiva de la población general y, en concreto, para la de los estudiantes. Por un lado, la prolongación en el tiempo de la pandemia. Este hecho no sólo está agotando los «depósitos» de bienestar que ya disponían nuestros estudiantes, sino que está dificultando la puesta en marcha de los recursos de afrontamiento que habitualmente utiliza el colectivo estudiantil. La imposibilidad de reunirse con sus iguales, de celebrar los éxitos académicos o de compartir con sus amigos los fracasos puede generar frustración y enfado y desencadenar, a la larga, problemas relacionados con la ansiedad, entre otros.

Retos y posibilidades versus amenazas y confinamiento

Llegados a este punto, parece necesario centrarse en la creación de nuevas herramientas de afrontamiento, basadas en las posibilidades que la pandemia nos deja, en lugar de poner toda la atención en los aspectos a los que nos hace renunciar.

Una de las estrategias adaptativas más interesantes a la hora de afrontar una situación como la que estamos viviendo es aprender a ajustar nuestras expectativas.

Según la Real Academia Española, las expectativas son las esperanzas razonables de que algo suceda. Por lo tanto, están fundamentadas en cómo percibimos una situación determinada, cómo la interpretamos y las posibilidades de manejarla que creemos tener.

Así, una táctica que puede resultar interesante es poder transformar en reto aquello que, desde muchos medios, se está transmitiendo como amenaza constante. Este cambio de encuadre permite a la persona enfocar hacia dentro, desde la introspección, para descubrir o desarrollar fortalezas y virtudes que le puedan ayudar a afrontar este escenario.

Otra herramienta que puede considerarse provechosa es saber cómo relativizar los tiempos. Entender que, lo que a priori parecía una carrera de velocidad, se ha convertido ahora en una carrera de fondo, que requiere detenerse a pensar, planificar los «puntos de avituallamiento» y dosificar las energías para poder llegar a la meta. Una meta que, además, hoy por hoy, parece lejana y aún sin concretar.

Ahí está el reto, en transformar los «puntos de avituallamiento», en generar nuevos pozos de los que extraer energía. Convertir esta situación en una oportunidad para descubrir nuevas maneras de recargar las baterías: retomar el contacto con la naturaleza, practicar nuevas actividades deportivas como patinar al aire libre, o inventar nuevos juegos para las tardes de domingo. Y, sobre todo, invertir tiempo en reconectar con uno mismo, con una misma, planificar con mimo momentos de autocuidado, de manera que no lleguen a agotarse los «depósitos del bienestar».

Teléfono de la Esperanza 93 414 48 48 image/svg+xml 1873A50A-300C-4511-9831-D8604C9717D4 1873A50A-300C-4511-9831-D8604C9717D4

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