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Artículo

Neurodivergencia y trastornos de la conducta alimentaria: una mirada integradora

Claves para entender y acompañar mejor
Sònia Sarro Álvarez

Dra. Sonia Sarró Álvarez

Doctora en Medicina. Psiquiatra especializada en trastornos de la conducta alimentaria. Área de Salud Mental
Hospital Sant Joan de Déu Barcelona
Adolescente estudiando en su habitación

Resumen

El artículo analiza la relación entre neurodivergencias, como el autismo y el TDAH, y los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), señalando una alta comorbilidad y complejidad en el tratamiento. Destaca que las dificultades en la gestión emocional y una menor flexibilidad cognitiva de personas autistas pueden predisponerlas a desarrollar un TCA, como la anorexia nerviosa, mientras que la impulsividad del TDAH se asocia con bulimia y trastornos por atracón. Subraya la importancia de diagnósticos precisos y estrategias de autorregulación, como el descanso sensorial, la autoconciencia y el apoyo social para mejorar la adaptación y el bienestar emocional. Es esencial un enfoque multidisciplinar para comprender y tratar estos complejos casos de neurodivergencia y TCA.
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Es bastante común encontrarnos con casos de personas que presentan más de un diagnóstico en salud mental (comorbilidad), y también algunas que presentan rasgos característicos de diferentes condiciones neurodivergentes, como el autismo o el TDAH. Estos últimos casos, lamentablemente, a menudo no se detectan al inicio, pudiendo llegar a diagnosticarse ya en la edad adulta. En este sentido, en este artículo queremos profundizar en conocer cuáles son los comportamientos que pueden predisponer a una persona neurodivergente a ser más vulnerable a desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), qué consecuencias puede tener para la persona, y qué estrategias de autorregulación pueden serle útiles.

Esta relación entre las neurodivergencias y los trastornos de la conducta alimentaria está cada vez más estudiada y tenida en cuenta en el abordaje de un TCA, ya que supone una mayor complejidad en su tratamiento, al implicar aspectos del funcionamiento general y de las relaciones humanas de la persona afectada.

Nos ocuparemos aquí de la coincidencia entre TCA con el trastorno del espectro autista (TEA) y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).

Autismo y anorexia nerviosa

Se calcula que un 1 % de la población general presenta un trastorno del espectro autista (Zeidan et al., 2022) y que, de estos, un 4 % reciben un diagnóstico de trastorno de la conducta alimentaria (TCA), principalmente anorexia nerviosa.

Entre el 20 y el 30 % de personas con anorexia nerviosa reciben un diagnóstico de autismo. Cabe destacar que los criterios actuales de autismo son mucho más amplios de lo que eran en origen, atendiendo aspectos que antes quedaban fuera de foco.

El autismo, por tanto, se diagnostica especialmente asociado a casos de anorexia nerviosa (sobre todo en mujeres), y de ARFID (trastorno por evitación y restricción de la ingesta de base emocional) (Schöder et al., 2023).

La conexión en la sintomatología se encuentra en los siguientes aspectos:

  • Problemas con la alimentación en la infancia: dificultades para introducir o ampliar la variedad de alimentos, preferencias por ciertas texturas, colores u olores, o por comer con determinados utensilios. Aunque es un comportamiento que cualquier niño puede presentar y que suele disminuir con el tiempo, en personas autistas es más frecuente, más marcado y más persistente.
  • Tendencia obsesiva y conductas ritualizadas: expresan la necesidad de crear un entorno previsible y controlado.
  • Pensamiento concreto, poco flexible y extremista: dificulta encontrar alternativas y ver el conjunto de una situación, aunque facilita detectar detalles en los que pueden quedarse «atrapados».
  • Problemas en el reconocimiento, expresión y gestión de emociones: dificultad para transmitirlas en palabras y con una sintonía emocional más restringida. También dificultades para captar aspectos sutiles del lenguaje como dobles sentidos, metáforas o expresiones faciales, lo que complica la relación social. Estas dificultades pueden generar malestar que a veces se manifiesta en conductas autolesivas, usando el dolor físico como vía de desahogo más que mediante la verbalización.
  • Restricción alimentaria: el síntoma más frecuente en personas autistas. Por ello, la anorexia nerviosa y el ARFID son los trastornos alimentarios más diagnosticados en ellas, aunque también se dan casos de atracones y vómitos. Algunas personas no comen no por querer adelgazar, sino porque no perciben las señales de hambre y saciedad, llegando a olvidar cuándo deben comer. También puede aparecer sobrepeso si la dieta se limita a alimentos muy calóricos y gratificantes (ricos en grasas o azúcares).

El TDAH, la bulimia y el trastorno por atracón

El TDAH combinado coincide más con la bulimia o el trastorno por atracón que con la restricción alimentaria, ya que comparten la impulsividad y, con frecuencia, la ansiedad de fondo. En el TDAH con predominio de falta de atención, que se manifiesta de forma menos aparatosa, el diagnóstico puede demorarse, sobre todo si se da en un contexto de restricción y pérdida de peso. En estos casos, al estar afectadas las capacidades cognitivas, el niño o adolescente puede tener dificultades académicas o ser etiquetado como perezoso si no se detecta el TDAH.

Los síntomas de impulsividad con la comida (provocación del vómito, atracones) como en la anorexia purgativa, la bulimia nerviosa o el trastorno por atracón, aunque menos frecuentes, también pueden aparecer en personas autistas. Estos casos suelen asociarse además con el trastorno límite de la personalidad (marcado por inestabilidad emocional e impulsividad en las relaciones). La coincidencia es más común en mujeres.

Madre e hija adolescente haciendo una actividad.

La relación entre el TDAH y los trastornos alimentarios

 

La importancia y la dificultad de conectar los puntos comunes

La persona con rasgos autistas que llega a la adolescencia o adultez sin haber recibido diagnóstico suele acudir a consulta profesional por vías indirectas: ya sea por otro problema de salud mental (ansiedad, depresión, TCA) o por una sensación persistente de desajuste con su entorno. Por ejemplo, dificultades para formar o mantener amistades, para mantenerse largo rato en situaciones de interacción social o para completar tareas largas, o por no compartir el sentido del humor de otros, al no entender ciertas bromas o dobles sentidos.

No es raro que el diagnóstico de autismo se plantee al observar que un diagnóstico previo no mejora del todo. Para ello es esencial indagar si los síntomas estaban presentes desde la infancia, es decir, si forman parte de su manera de ser. Por ejemplo, cuando en una persona con anorexia las conductas de restricción o hiperactividad ceden, pero persiste el bajo tono emocional, la sensación de desajuste, las dificultades de socialización y comunicarse, y para gestionar emociones negativas, es necesario plantearse que pueda tener rasgos autistas.

Además, los tests de autismo se diseñaron basándose en los casos más evidentes en varones. Como el autismo en chicos suele tener más manifestaciones conductuales y, por tanto, puntuar más alto, los mismos tests en las mujeres pueden quedar por debajo del punto de corte. Habría, en este sentido, que se desarrollaran versiones adaptadas a esta realidad, más sensibles para detectar autismo en el sexo femenino. 

Por todo ello, el diagnóstico clínico realizado por un profesional con experiencia en neurodivergencia es fundamental. Concretamente, es necesario aclarar bien si la sintomatología (o parte de ella) está presente desde la infancia, o si se ha ido desarrollando o incorporando a medida que se ha ido llegando a la pubertad y adolescencia. Y si encaja más con autismo, con las dificultades emocionales propias de los TCA, o con otro problema de salud mental. Muchas veces, para averiguarlo hace falta más tiempo de evolución y tratamiento.

También los tests neuropsicológicos, que analizan atención, memoria, inteligencia, percepción espacial, entre otros aspectos, son útiles para afinar el diagnóstico, aunque no sean infalibles. Estas pruebas deben realizarlas un profesional especializado, idealmente un neuropsicólogo. Lo que hace recomendable que estos casos complejos sean atendidos por un equipo multidisciplinar.

Las personas adultas no diagnosticadas de autismo previamente son más propensas a sufrir depresión, ansiedad, estrés y, en el caso de niños y adolescentes, problemas de conducta que pueden derivar en consumo de sustancias. Asimismo, pueden buscar relaciones con estilos de comunicación más claros, aunque esto a veces implique brusquedad o menor sintonía emocional, lo que puede suponer un riesgo de abuso psicológico o sexual.

¿Qué estrategias pueden ayudar?

Descanso sensorial

Las personas autistas suelen necesitar espacios libres de estímulos para «recargar pilas», especialmente tras exposiciones sociales prolongadas (excursiones escolares, comidas en grupo, reuniones de trabajo).

De la misma forma que a una persona con TDAH tener descansos durante una clase o hacer pequeños encargos que le permitan moverse puede ayudarla a sostener la atención más tiempo, a una persona con autismo el descanso sensorial le ayuda a estabilizarse. De hecho, esto es útil para todos, pero en el autismo es aún más necesario para no colapsarse. Recordemos que ambos diagnósticos (autismo y TDAH) se combinan a menudo, puesto que la base es la misma: un desarrollo diferente del sistema nervioso.

Las personas autistas, al igual que las personas con trastornos de la conducta alimentaria, necesitan un acompañamiento, y que se les ayude a encontrar qué estrategias les funcionan mejor para desarrollarse en su interacción social y las demás áreas que les cuestan.

Hay algunos aspectos que pueden ser clave para personas con autismo que tienen un problema de conducta alimentaria:

Autoconciencia

Reconocer y comprender los propios sentimientos, comportamientos, limitaciones y fortalezas. Aceptarse en la diferencia respecto a los estándares sociales.

 A menudo, cuando la persona sabe que tiene un diagnóstico de neurodivergencia, le ayuda a comprender muchos aspectos de su vida a quienes antes no encontraba explicación y que le causan sufrimiento y malestar. Saberlo, es un escalón más hacia el autoconocimiento, la aceptación de uno mismo y la adaptación, al entorno y al entorno. 

Este aspecto es relevante porque se trata de buscar el encaje en cómo se es, en vez de en cómo se querría ser o cómo se piensa que debe ser.

Comunicación y habilidades sociales

Es importante que cada persona encuentre la forma de expresar lo que se quiere, aunque no se sepa bien cómo hacerlo y falten las palabras. El lenguaje no es la única forma. Existen diferentes técnicas y métodos (visuales, la música, etcétera), que cada persona o su entorno puede utilizar y adaptar para facilitar la comunicación de forma no sólo verbal.

Leire Martín Curto

Ilustradora, afectada por un TCA.

Buscar apoyo y crear red

Es fundamental contar con profesionales de referencia que comprendan los diagnósticos, así como con asociaciones de personas con autismo y familiares, así como las de TCA, que brindan acompañamiento, información, sensibilización e incluso orientación laboral, contribuyendo al desarrollo de una vida plena.